Henry David Thoreau es, a todas luces, una figura que no deja de crecer. Acuñó en el siglo 19 el concepto desobediencia civil” tras una estadía en la cárcel por rehusarse a pagar impuestos, e inspiró, más de un siglo después, a Chris MacCandless, el joven que luego de abandonar sus posesiones viajó hasta Alaska para vivir en comunión con la naturaleza, encontrando su muerte por razones que aun no se esclarecen del todo.

El propio Thoreau había hecho un experimento similar: a mediados del siglo 19 se fue a vivir a los bosques, cerca del lago Walden, en Massachusetts. Ahí construyó una modesta cabaña y vivió de la tierra por dos años, dos meses y dos días, apartado del trato social. Escribió, mientras estuvo ahí, un libro con sus experiencias y reflexiones.

Lo llamó Walden.

En este libro, donde se plantea un estilo de vida sustentable y ético con la naturaleza, también se encuentran numerosas reflexiones sobre el consumo de animales, un tema prácticamente inexistente en la época y particularmente en Estados Unidos, un país que hasta hoy es uno de los mayores consumidores de carne, con un promedio de 100 kilos anuales por persona. Thoreau, si bien no profesaba el veganismo, mostró una preocupación filosófica y ética ante el consumo de los animales que había aprendido a apreciar y respetar. “No me cabe la menor duda de que es parte del destino de la raza humana, en su progreso, gradual, el dejar de consumir animales, de igual modo que las tribus salvajes dejaron de comerse entre sí cuando entraron en contacto con otras más civilizadas”, señaló el filósofo en el capítulo “Leyes superiores”, el mismo que leyó el protagonista de la película Into the Wild en sus viajes.

Thoreau, que cultivó por un tiempo la pesca durante su estadía en los bosques, se fue paulatinamente desencantando de esta actividad. Comenzó a sentir, después de retirar peces del lago, que habría sido mejor no hacerlo. En sus palabras, había algo impuro en esa dieta y en la carne en general. “En mi caso, la objeción práctica al alimento animal era su desaseo, por otra parte, una vez que había pescado, limpiado, cocinado y comido mis pescados, encontraba que
éstos no me habían nutrido eficazmente. Era insignificante, pues, e innecesario, y costaba más de lo que me reportaba. Un poco de pan y algunas patatas habrían rendido igual, con menos trabajo e inmundicia”.

Thoreau describió que, como algunos de sus coetáneos, se abstuvo de comer alimentos de origen animal porque le resultaba, también, poco acorde con su imaginación. “Parecía más hermoso el vivir humildemente, y aún el pasarlo mal en muchos aspectos; y aunque jamás me cupo tal, llegué lo suficiente lejos como para complacer a mi imaginación. Y creo que todo hombre inquieto por preservar sus facultades superiores o poéticas en condición óptima se ha sentido
particularmente inclinado a abstenerse de comida animal o de la que sea en cantidad excesiva”.

El hombre que se sentaba por horas, inmóvil, a la espera de las aves y los reptiles, sumergido en sus contemplaciones, comenzó a vincular cada vez más el respeto por los animales con el sentido mismo de la humanidad. “¿Acaso no es ya un reproche que el hombre sea un animal carnívoro? Verdad es que puede vivir, y de hecho lo hace, como predador de otros animales; pero eso es miserable como puede apreciar quienquiera que vaya a tender trampas para
conejos o a degollar corderos, mientras que quien enseñe al hombre a someterse a una dieta más saludable e inocente será considerado un bienhechor de la humanidad”.

Henry David Thoreau dejó su cabaña en Walden Pond el 6 de septiembre de 1847. Se sintió satisfecho. Seis años después, publicaría su libro más influyente y famoso. “En cada página de Walden -afirmo su biógrafo, Henry Seidel Canby- se percibe la presencia inconfundible de una personalidad, de un hombre semejante a una roca por la solidez granítica de sus principios, a un roble por su reciedumbre inconmovible, a una flor silvestre por su sensibilidad y a un halcón por los vuelos de su imaginación”.