Chico vegetariano víctima de bullying

Todos los que no comemos carne de ninguna especie, hemos vivido las dificultades prácticas que ello conlleva y , alguna vez,  hemos sostenido debates con gente de nuestro circulo que nacen de la ignorancia de que implica solo comer vegetales, como por ejemplo, de donde sacamos nuestras proteínas .

No obstante lo anterior, no es frecuente que por ello suframos de bullying o matonaje, como el caso que paso a exponer, que fue ampliamente difundido en la prensa argentina.

La familia de los Martí, se mudaron a la ciudad de Merlo, San Luis, en el año 2005 para construir un centro de biocultura y hostería vegetariana. Mientras construían las instalaciones de su proyecto e iniciaban su vida en el sector, mandaron a sus hijos a una escuela  vecina.

Pasaron algunos años y el hijo menor de los Martí, al que denominaremos T., pasó a tercer grado. La Dirección del establecimiento educacional le informó a los padres, que el muchacho no se integraba al grupo, que se mostraba agresivo con sus compañeros, que no se concentraba, que se lo veía aislado. “Cuando le preguntamos qué pasaba nos contestó que lo cargaban por ser vegetariano. Esa es nuestra forma de vida, nuestros chicos son vegetarianos desde la concepción”, aclara Manuel Martí, que es presidente de la Unión Vegana Argentina, en declaraciones realizadas a varios medios trasandinos.

“Cuando intentábamos hablar de las quejas de T. en el colegio, nos decían que no pasaba nada, que eran cosas de chicos, que lo hiciéramos ver por algún psicólogo. Yo veía que mi hijo era perfectamente normal, y me resistí”. Sin embargo, declaró que: “Hicimos una consulta con una psicóloga recién en sexto grado”.

Con el correr de los días, la situación se tornó más preocupante. Tal como ocurre usualmente en los casos de acoso escolar,  T. no contaba todo lo que le pasaba e iba haciéndose más hermético y retraído. Sus compañeros lo marginaban y le criticaban su manera de comer, no lo invitaban a los cumpleaños ni iban a los suyos, no le permitían jugar con ellos. Le hacían burla en el salón de clases y, cuando respondía en su defensa, los profesores lo regañaban a él.

Un día, comenzó a recibir llamadas telefónicas amenazantes e insultantes. La empresa Telefónica de Merlo confirmó que el número pertenecía a un compañero de curso. Durante el viaje de fin de año del curso, ese mismo alumno organizó una actividad: “Ahogando a T.”

Al pasar a primer año de la escuela media de la misma institución a la que asistía, la psicóloga que lo trataba citó a los padres y les informó que T. no tenía problemas de socialización, sino que le estaban haciendo bullying.

“Yo no tenía idea de lo que era, pero empiezo a leer sobre el fenómeno y llego a la conclusión de que todos los síntomas efectivamente coincidían con los de las víctimas. Le dolía la panza, no hacía la tarea, no quería ir al colegio algunos días. Estaba amargado, triste”, dijo el padre.

La profesional visitó el colegio dos veces e hizo recomendaciones que no fueron atendidas por el establecimiento.

En los contactos que tuvieron con los padres del chico, su actitud fue la de minimizar la importancia de los hechos. La escuela de hecho, lejos de facilitar el contacto y el diálogo ente las familias, lo desaconsejó.

El acoso no paró. Crearon una página de Facebook que se llamaba “Odiando a T”. con la cara de un monstruo. “Le decían Lechuguita, puto, mariquita. La agresión física deja marcas. En este caso no hay marcas visibles. Lo ignoraban, lo marginaban. Se anotó en una clase de teatro extracurricular y todo el grupo dijo que si él entraba, ellos no. Dos chicas quisieron apoyarlo y fueron amenazadas con sufrir lo mismo que él”, contó Manuel. Los que al principio eran solamente testigos del maltrato, se sentían fuertes o intentaban protegerse poniéndose del lado del acosador.

La psicóloga llegó a advertirles que la situación estaba empeorando y que era urgente cambiarlo de escuela. “¿Por qué no cambian al acosador?”, se preguntaban Manuel y su mujer. “Sacar a mi hijo de la escuela era castigarlo a él y dejar indemnes a los acosadores”.

Mandaron una carta al colegio, que fue respondida contradictoriamente. “Por un lado, negaron que pasara algo, y por el otro, aseguraron que habían hecho todo lo posible”.

Los Martí decidieron entablar una demanda contra de los dos colegios, contra los padres del acosador y contra el propio chico que asumía el rol de líder negativo contra T. El fallo señaló que T. había sufrido discriminación efectivamente por ser vegetariano.

La depresión de T. se había vuelto tan peligrosa que sus padres finalmente decidieron cambiarlo de colegio. No obstante, el acoso continuó, todos conocían los motivos por los que llegó a esa institución. Inclusive, un profesor dijo en clase, delante de T., que él “No estaba para esas mariconeadas de las milanesas de soja”.

La frágilidad de la salud mental de T. volvió a correr riesgo. Intentó suicidarse en dos ocasiones.

Los padres de T. tuvieron que sacarlo de la provincia para evitar que esto tuviera consecuencias irreversibles y para que se pueda recuperar.